Los ojos de la Marta

La Marta me miraba con esos ojos de matrícula de honor que me dejaban siempre sumido en una profunda indefensión. Mis neuronas, si tenía alguna, quedaban bloqueadas, incapaces de formular cualquier respuesta mínimamente inteligente.

Yo, no…. o quizas si…. puede…. – No sabia que narices estaba diciendo.

Però què ?. L’has vist o no ?. Doncs bé, si el veus li dius que els seus pares i jo l’estem buscant.- Me contestó la Marta dando media vuelta i liberándome de la red que me aprisionaba.

El hermano de Marta y yo íbamos al mismo colegio de los Maristas de Sants. Rafel, de pequeño, casi desde párvulos, ya aprendió a patinar i más tarde comenzó a jugar en el equipo de hoquei sobre patines del colegio. Ahora con catorce años, estudiábamos juntos el cuarto de bachillerato, el curso más elevado que se impartía. Éramos amigos, lo que me daba oportunidad de acercarme a su hermana y sobre todo a los ojos de su hermana; ya sé que al lado de los ojos de Marta había una cara y cerca un cuerpo, pero yo estava seducido y fascinado por sus ojos.

Entré corriendo a la escuela a la búsqueda de Rafel, atravesé la puerta de la calle Olzinelles y topé de bruces con el patio, el querido patio multifuncional que se utilizaba para infinidad de cosas. Allí nos alineábamos a la hora de la entrada y el hermano Cristóbal, ex combatiente, nos hacia cantar aquello del legionario, el cara al sol, las montañas nevadas y otras canciones de la misma especie, faltaria más!! que por esto estamos en la postguerra, en tiempos de paz gracias a Dios y al caudillo, pero conviene recordar lo malos que fueron los rojos, los judíos y los masones, todos ellos en “contubernio”, que ve tu a saber que quiere decir. En el patio nos hacíamos todos los años las fotos de cada clase, todos vestidos de domingo y con las medallas, obtenidas por el estudio y dedicación, colgando del cuello. La cuestión es que yo no había conseguido chatarra alguna, aunque había compañeros que el peso del metal les curvaba la espalda. Pero sobre todo en el patio, jugábamos, es decir cuando sonaba la sirena salíamos como salvajes, como pieles rojas, persiguiendo al hombre blanco, formábamos dos equipos y a correr como locos detras de una pelota durante la media hora que duraba el recreo. Allí los domingos y festivos se construía una pista de hoquey, de un pequeño almacén aparecían unos palos metálicos y tablones de madera que estratégicamente colocados delimitaban el terreno de juego, todo el mundo colaboraba en la empresa y en un plis-plas todo a punto para empezar los partidos de hoquey.

Encontré al buscado en medio de un partido.

-Rafel, tus padres, tu hermana y sus oj….. te buscan !!! – Grité con fuerza, se giró un momento y siguió metiendo goles.

Rafel, el hermano de Marta y sus ojos, era bueno jugando a hoquey, yo diría que muy bueno. Los domingos íbamos a misa en la capilla de la propia escuela. No podías faltar, no podías caer en pecado mortal el domingo, porque hasta el viernes siguiente no tocaba confesión y no era cosa de pasarte toda la semana en desgracia de Dios, que por lo que nos contaban los hermanos era un tema dificilillo de gestionar caso de morirte en medio, aunque siempre tenias la salida de una arrepentimiento sincero antes de palmarla. Y después de misa, los partidos. Como asistían Marta y los padres de Rafel, procuraba colocarme estratégicamente cerca de ella, para captar su atención y sus ojos. Alguna vez, cuando sus padres se despistaban, intentaba rozar sus manos, acariciar sus manos, coger sus manos, a veces ella se dejaba, a veces me clavaba las uñas hasta hacerme sangre, esto sí, siempre con una sonrisa y una mirada deliciosa.

Rafel era el puntal del equipo, jugaba de medio, defendía, atacaba, metía goles. Tenía una visión excepcional del juego, llegué a pensar que eso de la visión era un tema de familia, pero de familia lejana ya que sus padres no mostraban ningún signo visible sobre este tema.

Durante unos meses, por problemas de obras en el patio del cole, los partidos se tuvieron que desplazar a unas pistas cedidas por el Barça. Una de estas pistas estaba situada en el mismo campo de Les Corts, debajo de las gradas. No tocaba jamás el sol. En invierno hacia frío, mucho frío y la pista se mantenia helada hasta el mediodía.

Era un día de invierno, los charcos de agua estaban helados, por la noche no habia llovido pero la pista estaba resbaladiza y peligrosa por la escarcha depositada en algunas zonas. Era difícil dominar el patín, pero como no había agua no era factible poner ruedas de aluminio. El partido tenía que empezar en unos minutos, los equipos siguiendo el protocolo habitual salieron a la pista para iniciar un calentamiento rápido, los jugadores con chándal y los músculos adormecidos empezaron con pequeños ejercicios, carreras, frenazos, hasta que el cuerpo alcanzara un tono mínimo para el saque inicial.

Todo sucedió muy rápido, Rafel saltó a la pista hizo un sprint, un frenazo y …. el hermano de Marta estaba en el suelo, inmóbil, un fuerte dolor lo tenía paralizado, con una mano sujetando su tobillo señalaba el lugar de la lesión. Una lesió grave, por las apariencias muy grave.

Sus compañeros lo retiraron del terreno de juego y lo llevaron al vestuario.

Aquel día solamente habíamos ido a verlo Marta y yo. Y ahora los dos estábamos asustados, muy asustados, la cara de dolor de Rafel hacia temer lo peor.

– Li tallaran la cama ? – Me preguntó Marta con sus ojos llenos de lágrimas.

– Chica, no creo, seguramente solo se quedará cojo – le dije, sin saber que decía, aturdido por las lágrimas que salían de aquellos luceros divinos.

– Per a tota la vida ?

– Puede que sí, pero piensa que tiene dos piernas. – Me fuí a buscar a Rafel antes de que mi cuerpo descontrolado hiciera algo difícil de reparar.

Le tuve que ayudar a vestirse, sólo no podía. Ya hacía rato que había sucedido la caída y el dolor seguía mordiendo con la misma intensidad.

Al día siguiente lo acompañé a la mutua Asepeyo a que le hiciesen una serie de pruebas para poder determinar el alcance de la lesión. El médico, experto en lesiones deportivas, nos confirmó que la lesión era grave y además era … insólita, no se havia producido ningún caso similar en Catalunya, ni en Espanya, ni en Europa, solo conocía, por las revistas médicas, algún caso en Estados Unidos, total que el hombre estaba la mar de entusiasmado con la dificultad del caso.

Días después Rafel nos dejó leer a Marta y a mi una carta del cirujano en que informava del problema y la solución:

LESIÓ: Un tendó a l’alçada del turmell s’ha deseixit i munta sobre l’os, fora del seu lloc natural. Si el tendó es posa on té que estar qualsevol esforç per petit que sigui tornarà a fer saltar el tendó per sobre de l’os.

SOLUCIÓ: Una operació a cama oberta. S’ha de tallar el tendó, a continuació fer un forat a l’os de la tíbia, passar el tendó tallat a través del forat i per últim cosir el tendó de nou. D’aquesta manera ens assegurem que el tendó resta quiet al seu lloc sense possibilitat de muntar sobre l’os.

Llegó el día de la operación, el cirujano había invitado a otros médicos a presenciar el evento. Se grabó una película de la operación. La estrella principal del festival era Rafel, que estaba emocionado y un poco acojonado. Marta intentó salir en la película, aunque fuera como artista invitada pero su intento no prosperó. Se consoló explicando a todo su colegio, siervas incluidas, que su hermano era una estrella del séptimo arte.

La operación fue un éxito total. Todo siguió el rumbo previsto. Al cabo de pocos días Rafel dejó la clínica para seguir la recuperación en casa. Yo fuí a visitarlo un par de veces, más que nada para ver si coincidía con Marta, pero no tuve suerte.

Fernando, jo ja estic bé, no cal que tornis a visitar-me. – Me comentó Rafel.

Sí, ya veo que haces buena cara pero volveré mañana por si acaso necesitas algo. – Le dije. Y no le dije pero pensé “Y de paso a ver si veo a tu hermana”.

Un mes más tarde se proyectó la película. El gran estreno tuvo lugar en el local del Casal D’avis de la Caixa que estaba a reventar.

Rafel llegó con muletas, repartiendo saludos a diestro y siniestro, a su lado Marta junto a sus padres carniceros. Yo me situé al final de la sala, estratégicamente colocado para no perder ni un detalle. La película fue un rotundo éxito.

Cuando se recuperó, Rafel volvió a la clase y volvió a su hoquey para seguir jugando durante muchos años. Siempre que lo veía no podía dejar de pensar en aquel tendón atado al hueso gracias a un agujero.

Poco a poco los caminos de Marta y sus ojos y los míos fueron alejándose hasta separanos por completo. Nunca más volvimos a vernos.

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